Como sociedad, sigue sorprendiéndonos el hecho de ver hablar a alguien consigo mismo. Es más, si nos encontramos a una persona manteniendo en voz alta un monólogo interior, automáticamente la juzgamos y la miramos con suspicacia, cuando no directamente le atribuimos un problema de salud mental. «Cierto es que, si observásemos de forma aislada una escena en la que una persona establece un monólogo consigo misma, en la que incluso puede que hasta se llame por su nombre, pudiera parecernos que la persona está bajo los efectos de una alucinación; sin embargo, si por un instante reflexionamos sobre este tema, nos daremos cuenta de que todo el rato que pasamos en silencio estamos hablamos con nosotros mismos: «¿dónde tengo las llaves de casa?» «¿me dará tiempo a pasar por la frutería?» «Tengo que comprar esto y luego ir a recoger aquello»», explica Irene Poza, psicóloga y vocal de la junta directiva de la Asociación Española de Terapia Gestalt (AETG).
Para la psicóloga (que recuerda que una buena comunicación, al igual que el resto de capacidades sociales para establecer buenas relaciones, comienzan por uno mismo), hablar con uno mismo “no sólo es normal, sino que además es bastante saludable”. En ese sentido, señala que mantener un monólogo en voz alta “puede ser la continuación natural de esa conversación con nosotros mismos que comenzó en silencio”; y añade que diversos estudios científicos han demostrado que cuando nos damos auto instrucciones en voz alta, nuestras tareas se tornan más efectivas.
Poza explica que la Terapia Gestalt utiliza mucho el recurso a los diálogos con uno mismo para sanar la figura de nuestro niño interior, un aspecto muy relevante en la disciplina desarrollada por el psiquiatra alemán Fritz Perls. “Desde la Terapia Gestalt favorecemos que el adulto que ahora somos tenga relación directa con su infancia. Y para ello necesitamos darle voz y expresión a ese niño que fuimos, que nos puede conectar con las necesidades desatendidas de momentos pasados para permitirnos tomar conciencia de cómo desde la adultez podemos reparar aquellas heridas. Los beneficios de crecimiento personal que la persona se lleva después de esas conversaciones consigo mismo son increíbles”, sostiene.
La silla vacía para favorecer el diálogo con uno mismo
La silla vacía es una técnica única desarrollada por el creador de la Terapia Gestalt, el psiquiatra Fritz Perls, que los expertos de la Asociación Española de Terapia Gestalt llevan tiempo reivindicando por sus “muchos beneficios” para el abordaje del estrés y de otros problemas de salud mental.
La técnica consiste en situar frente al paciente una silla vacía en la que se “coloca” el síntoma o problema que éste padece para facilitar un dialogo entre ambos. “Siempre digo que en la silla vacía está el problema y también la solución. Y con eso me refiero al poder transformador que emana de ese hablar con nosotros mismos en esa silla vacía”, explica Irene Poza, que destaca que esta técnica enlaza a la perfección con una de las características de la Terapia Gestalt, su confianza absoluta en la sabiduría de la persona: “La Terapia Gestalt parte de una base: que la persona sabe más de sí misma que nadie en el mundo y que dispone sobradamente de habilidades y herramientas para cada vicisitud de su vida. Por tanto, en Terapia Gestalt son contadas las ocasiones en que ofrecemos consejos propios, ya que sobre todo apostamos y apoyamos los criterios de cada persona, porque siempre estuvo ahí cada palabra y cada solución exacta que requería su problema”.
La vocal de la AETG, por último, señala que es “muy importante” el acompañamiento que el terapeuta Gestalt hace en el uso de la técnica de la silla vacía, en la que de alguna forma hace de moderador de la conversación consigo mismo del paciente. “Utilizar esta técnica en solitario se podría tener el riesgo de entrar en conversaciones circulares y sin salida, que son las que a menudo se dan en nuestra mente y de las que no extraemos solución alguna. Por eso es importante sacar este diálogo fuera del pensamiento y hacerlo en voz alta: le da mucho sentido que haya otros oídos además de los propios, en este caso los del terapeuta, que se presten a escuchar”, concluye.